Oz
Hubo una vez un país llamado Oz, Oz era la joya del
continente y la envidia de sus vecinos; bañadas sus costas por tres mares que
aplacaban su furia al aproximarse hasta convertirse en lo que parecían apacibles lagos, de abundante
pesca, aguas prístinas y mansas. El territorio interior, verde y fértil, estaba
regado por una serpenteante red de ríos de aguas cristalinas y dulces, sus
montañas asemejaban inmensas moles de helado de chocolate coronado por
abundantes montones de nata blanca y brillante. El país disfrutaba de un clima
primaveral, donde el sol lucía en el cielo templando la tierra y a sus
habitantes y solo llovía por la noche, si era estrictamente necesario, cuando
Oz dormía. Oz estaba gobernado por un mago, del cual se decían muchas
cosas buenas, y alguna mala, para que nos vamos a engañar. A este mago acudían
gentes de toda Oz y de los países vecinos a pedir consejo, ayuda y soluciones.
Pues bien, Ricitos de Oro era una niña de un país lejano, a la cual sus
conciudadanos le habían encomendado la tarea de ir a pedir ayuda al mago para
solucionar la pertinaz sequía que asolaba el país desde hacía meses, arruinando
cosechas y desestabilizando la economía
del país. Nadie en el país, ni aún los más ancianos, recordaba una sequía tan
tenaz y virulenta como aquella así que Ricitos de Oro aceptó y emprendió un
largo viaje por mar hacia Oz. -¿Por mar?- os preguntareis, pues si, por mar queridos míos, ya que era el
único modo de llegar desde Suboeliva, el país de Ricitos de Oro, hasta Oz.
Ricitos de Oro se embarcó en un pequeño bote de vela, sin remos pero con
timón, que había sido construido para la
ocasión por el mejor carpintero de Suboliva, un tal Gepetto, con la madera sobrante
de un complejo de viviendas que andaban construyendo Edificaciones Los Tres
Cerditos, madera que muy amablemente cedieron para la ocasión.
El viaje, de varias semanas, a Ricitos de Oro se le hizo
relativamente corto, ya que desde el
momento de zarpar se vio acompañada por Ariel, la sirenita de Suboeliva,
que nadó a su lado casi todo el camino, en el bote solo había sitio para
Ricitos y de hecho Ariel prefería nadar, durante el trayecto Ariel le
proporcionó compañía, charla y de tanto en tanto alguna langosta o bogavante
que devoraban con fruición. Un día, cercano a la finalización del viaje Ariel,
consternada, la dejo, argumentando que más allá había pescadores de sirenas y a
ella no le apetecía nada caer en sus redes. -No te preocupes -le dijo -, si no
varías el rumbo el viento te llevara a Oz en poco más de dos días. Con lo que
no contaban, ni Ariel ni Ricitos de Oro, era
que debido a la benignidad del clima reinante en Oz el viento, al
acercarse a cierta distancia de las costas se detenía para no embravecer el mar
y no perturbar la faena de los pescadores. Y así se vio Ricitos de Oro, sola en
mitad del mar, en un bote sin remos cuya vela colgaba como un trapo inútil,
inmovilizada y sin poder llegar a su destino, un hipido ahora, un sorber de
mocos después, poco a poco Ricitos de Oro fue entonando un sollozo que se
convirtió en llanto que se fue elevando en esa atmósfera placida, silenciosa y
sin viento hasta convertirse en un grito de desesperación.
-Hola ¿necesitas ayuda?- dijo una voz proveniente del mar,
cercana al bote, Ricitos de Oro se asomó
por el borde y vio, perpleja, dos ojos grandes y oscuros mirándola, estaban incrustados en la isla más blanca,
lisa y brillante que Ricitos de Oro hubiese visto jamás, tan blanca era que a
Ricitos de Oro le recordaban la coronación de nieve de esas montañas de las que
tantas historias había escuchado. -Hola- repitió la voz -¿necesitas ayuda? -Sip -dijo Ricitos de
Oro intentando controlar el llanto -estoy varada, necesito llegar a Oz y no
sé cómo continuar mi viaje.
-Oh! Pero tú no estás
varada, querida niña, solo estas inmovilizada de manera momentánea, nosotras somos las que quedamos varadas, y créeme, se de lo que hablo, pero perdona,
deja que me presente me llamo Dick, Moby Dick. -Encantada, yo soy Ricitos de Oro, vengo de Suboliva a pedir
ayuda al mago de Oz y aun estando inmovilizada, o varada, no veo como una isla
podría ayudarme aunque se llame Moby Dick. -contestó Ricitos de Oro con un deje
de enfado en la voz.
-Bueno Ricitos de Oro, el caso es que no soy una isla, soy
una ballena blanca, de hecho soy La
Ballena Blanca y siendo así, algo podré hacer por ayudarte, digo yo. -Está bien, perdona mi grosería, ayudadme a llegar a Oz, si
no os causa molestia. -contestó Ricitos
de Oro. -Oh! no es nada, querida, agárrate.- y dicho esto Moby Dick se
sumergió y puso el bote sobre su lomo, el cual quedo con la línea de flotación
justo a nivel de agua. Moby Dick comenzó a nadar a gran velocidad hacia Oz y el
bote se acercaba más y más a la costa ante el asombro de los pescadores que
veían pasar un bote con su vela recogida y sin remos a una velocidad pasmosa.
Llegaron a puerto en pocas horas y sin incidentes, Ricitos de Oro le dio las gracias a Moby Dick
y desembarco, dándose cuenta en ese momento que no tenía la menor idea de donde
quedaba el palacio del mago, pregunto al único lugareño que había en el lugar,
un curioso gato que se erguía y caminaba sobre sus patas traseras, vistiendo un
sombrero emplumado, coleto de cuero con cinto y espada y unas botas de montar
preciosas.
-Hola me llamo Ricitos de Oro -le dijo -¿y vos?
-Mi nombre es Carabás, pero podéis llamarme Gato, así lo
hace todo el mundo -contestó Gato- ¿qué se os ofrece?
-Necesito llegar al castillo del Mago y no sé el camino.
-Yo os lo puedo mostrar -respondió Gato- aunque ello os
costará dinero
-Pero yo no tengo dinero, solo dispongo de este anillo que mi abuelo me dejó. -dijo Ricitos de Oro sacando un anillo de su bolsillo y mostrándoselo a Gato, era un anillo grande, grueso y con inscripciones que nadie comprendía, el abuelo de Ricitos de Oro le había contado que era un anillo antiguo, mágico, de cuando esos objetos eran comunes en el mundo y supuestamente concedía invisibilidad al que lo llevara puesto, si era por no saber descifrar la inscripción o por cualquier otra razón ,ella no lo sabía, el anillo nunca volvió a nadie invisible, pero era un gran anillo, de eso no cabía duda y Gato enseguida le echo el ojo. -Esto cubrirá de sobras el viaje -dijo-, y dando un silbido apareció una calabaza tirada por seis ratones-.
Vuestro carruaje, señorita, montad y os conducirá a las puertas del palacio en un instante.
-Pero… ¿cómo queréis que suba? No quepo. -dijo Ricitos de Oro.
-Un instante, mi querida niña. -dijo Gato, y acto seguido susurró una palabras, al momento la calabaza se convirtió en una bonita carroza y los ratones en seis briosos corceles blancos.
-Adelante -dijo gato-, subid y no os preocupéis por la vuelta, el carruaje os esperará y los caballos conocen bien el camino. Ricitos de Oro subió y en pocos minutos estaban ante las puertas de palacio. De lo que allí se dijo o habló no hay constancia, pero sabed que Ricitos de Oro salió bastante decepcionada, eso sí con la promesa de ayuda por parte del Mago. De regreso al puerto se encontró con que el bote había desaparecido, volvió a preguntarle a Gato y este le comento que había sido retirado por el servicio portuario por estar amarrado en lugar prohibido. -¿Y cómo regresare ahora a Suboeliva? -se lamentaba Ricitos de Oro. -¿No tenéis más de esos anillos? -preguntó Gato-, con otro podríais retirar el bote y comprar suministros para el viaje. -No, ese era el único que tenía. -dijo Ricitos de Oro.
-Tranquila iremos a ver a un buen amigo, seguro que encontrara algo que podáis canjear y os ofrecerá un buen trato. -Diciendo esto la condujo a las puertas de un local que rezaba; COMPRO ORO, PAGO MÁS QUE NADIE, Ricitos de Oro entro en él, al cabo de un tiempo salió totalmente calva, sus impresionantes rizos dorados habían quedado en manos del siniestro mercader, pero disponía de dinero para poder retirar el bote y comprar suministros.
Emprendió la vuelta con el conocimiento de que ninguna ayuda es gratis, de hecho ella misma tuvo que firmar unas condiciones rayanas a la usura para retornar la ayuda ofrecida que ataban a Suboeliva durante un siglo al servicio de Oz, y eso si se cumplían las garantías impuestas por el Mago, además ahora sabía por qué Oz era tan prospera, todos y cada uno de sus habitantes esquilmaban a los incautos que pedían ayuda, quedándose con sus pertenencias a cambio.
El viaje de retorno fue largo, duro y muy peligroso, pero esto, queridos míos, es otra historia.
Y para acabar el cuento, una recetita de bizcocho de aprovechamiento, que con los tiempos que corren aprovechar es una virtud.
Bizcocho de Pralinè de Almendras
El otro día rebuscando por la
despensa me encontré un Torró Crocant d'Ametlla de Agramunt, como difícilmente
nos lo comeríamos decidí darle salida en alguna cosa horneada, para ello
lo pasé por el vaso americano e hice un pralinè lo más fino posible -vale, ya
lo tengo, ahora a ver si se me ocurre que hacer con el- y esperé, esperé,
esperé.... hasta que el bizcocho de fangalf en La Cocina de los Elfos me proporcionó la inspiración; "y si hago un bizcocho con este
pralinè, por probar.."
Ingredientes:
- 4 huevos de gallinas felices
- 200 gr de harina todo uso o repostera.
- 1 yogur griego Eridanous (Lidl)
- 60 gr de leche
- 150 gr de azúcar
- 100 ml de aceite suave (yo de girasol)
- 200 gr de praliné de almendra
- La ralladura de una piel de limón (si este es grande, la mitad)
- 10 gr de baking powder (Royal) o impulsor
Elaboración:
Blanqueamos los huevos con el azúcar batiéndolos bien con
varilla, añadimos el yogur , la leche y
por último el aceite sin dejar de batir,
mezclamos el praliné y en último lugar tamizamos la harina y el Royal, mezclando
bien con las varilla, tapamos y dejamos reposar en nevera como mínimo 2 horas.
Ponemos en el molde, engrasado, que vayamos a usar y
horneamos 25 min a 190º/200º.
Pedazo desayuno nos hemos pegado :D . Y con la masa que no
cabía en el molde hice unas magdalenas.
Juanjo y Angels